top of page

La llegada a Grecia: los encuentros que nos trajo el viento.

Tengo, desde hace mucho tiempo, la sensación de que la vida se encarga de dibujar el camino, que los acontecimientos se encajan, y nos llevan a donde tiene que ser. Tengo la sensación que la vida toca música, y que si se la escucha, podemos bailar a su ritmo. Es difícil explicar por qué uno decide, en un instante, ir a un lugar y no a otro, y todo lo que esa decisión genera.

Llegamos a Grecia agotados después de una gran lección que nos dio el mar, ( ver artículo, link).  Encantados fuimos a visitar Olympia, imaginando con los chicos cómo vivían los griegos aquí, imaginando los juegos olímpicos en ese espacio que tiene un aire un poco mágico. Y, mirando la carta de Grecia, vimos más al sur un puertito en una bahía que parecía estar bien protegido de todos los vientos violentos y otoñales que se venían pronto. “Puerto abandonado, difícil encontrar un lugar donde anclar” era el comentario en nuestra aplicación. Nos pareció que era el lugar  para nosotros y el viento nos llevó como si fuera una evidencia, llevándonos, cómplice, constante, portante.

Llegar a Pylos fue llegar al lugar que nos estaba esperando y que andábamos necesitando. Había dos otras familias en velero con niños. Nuestros hijos andaban pidiendo jugar con otros niños, es algo en el viaje que siempre hay que considerar.
En china visitamos muchas escuelas e hicimos talleres voluntarios para que nuestros hijos tengan interacciones con otros niños. En los países del sudeste asiático, alcanzaba con frenar la moto para estar rodeados de niños que invitaban los nuestros a jugar. En India los mandamos a una escuelita para que hagan amigos, y en Europa a talleres de música o ajedrez, o circo, para que tengan ese espacio…
En el mar, es más difícil. Entonces llegar a un puerto donde hay otros niños con las mismas necesidades, fue absolutamente genial. Enseguida, los niños viajeros comparten sus pasiones, la pesca, el ajedrez, la electrónica, la navegación, los libros y los juegos de sociedad, se crea una pequeña comunidad de niños que van de aquí para allá, de un barco a otro, de un muelle a otro. Mientras, los adultos también hacemos encuentros enriquecedores y necesarios: otros marineros, tiempos para compartir experiencias del mar, y también para reír y pasar un tiempo de relajo. En los primeros días, un griego local nos propuso trabajo en el campo de olivas: era un ingreso que nos venía muy muy bien, y una excusa para conocer mejor la gente, la tierra, las costumbres. Nuestros hijos también trabajaron cosechando olivas.

El encuentro con Luc, viejo lobo marino, y su historia de naufragio en el Sur Atlantico.

Dentro de los marineros que conocimos, hubo un francés, Luc, que cruzó varias veces el Pacifico, el Indico y decenas de veces el Atlántico. Hace unos años, Luc, con su barquito Enez, salió de Argentina para navegar el atlántico Sur y llegar a Sudáfrica. Lo agarró un temporal y se encontró navegando entre olas de 16 metros. Durante tres días el barco resistió, él había puesto un ancla de popa para frenar las bajadas de las olas y no ponerse de través. Pero al tercer día en la noche, el ancla se rompió, el barco cambió de ángulo y la ola lo dio vuelta. Luc dormía y despertó varios metros fuera de su cama, lastimado, el barco totalmente dado vuelta. Salió inmediatamente al pontón, porque ya sabía que su mástil se había caído y lo  tenía que cortar y amarrar para que no rompa el barco. Después de eso fue a proa, a cortar el enrollador que colgaba y golpeaba contra el casco. Oyó entonces lo que era una inmensa ola, era de noche y no se veía, pero supo lo que se venía. Se agarró con todas sus fuerzas al guardamancebo y esperó: una ola de 16 metros le pasó por arriba, lo rodeó, lo soltó. Terminó de cortar el enrollador y se metió dentro del barco. 24 horas después el viento había terminado, el mar se había calmado. Luc estaba a la deriva. El motor se había movido de lugar y ya no funcionaba, la cocina se había roto, las placas solares habían sido arrancadas. Usó el palo de su windsurf para hacer un mástil y el toldo que tenía guardado para hacer sombra o proteger de la lluvia para hacer de vela. Armó una vela cuadrada, que solo podría funcionar de empopada. Enez cambio su rumbo, logró subirse a un viento portante y de a poco se encaminó hacia Brasil. Me encataba sentarme en el ese barquito de Lu, había en él una energía de viaje y de mar, de mucha vida en cada latón de madera, en cada mancha de umedad. Sentarme y hacer preguntas, y escucharlo a ese gran marinero. Luc contaba  todo eso si yo insistía, sin una sombra de orgullo, con unas palabras tan sencillas que deslumbrabann. Hablaba de la violenciadel golpe,  de los albatros y de las olas. Hablaba de lo que extrañó una comida calienta. Luc conoce el mar. Antes de ser marinero fue campeón del mundo de windsurf, pero de eso me enteré por casualidad encontrando en un libro que me prestó una reseña de un diario que hablaba de él.
Entonces nos mira con sus ojos tan amplios y tranquilos, y nos habla del índico, del mar rojo, me da libros de Albert de Monfreyd, nos dice que no es para tanto, nos transporta, nos embarca. Y nosotros, que nos subimos a los sueños con tanta facilidad, nos ponemos a soñar.

 

La construcción del Piloto De Viento

 Luc nos dice que para ese viaje, lo que nos falta es un piloto de viento.  Una herramienta que con más de doce nudos lleva el rumbo del barco, sin usar electricidad, y dándonos un descanso necesario. Los pilotos de viento son muy caros, pero también sabemos que siempre existieron los marineros que hicieron su propio piloto. Junto a Luc empezamos a estudiar modelos.

También estaba Neals, un alemán que se subió por primera vez a un barco a los quince años, un barco abandonado que él mismo arregló, y que en su primera navegación decidió ir solo, por los mares del norte, de Alemania a . Neals fue inventor, navegnte, un poco pirata, un especialista de encontrar barco abandonados y vovler a construirlos para luego navegarlos o venderlos. Tenía mucho material a bordo, y mucho conocimiento de los materiales.

Y luego había más marineros, con mucha experiencia de navegación, con buena disponibilidad para dar una mano, pensar, ayudar. Estaba Josias y Anoushka en su barquito de madera hecho por ellos, y Brice y Isis con sus dos hijos, que navegaban en un velero de acero hecho por el padre de Isis y reformado por ellos.

Toda esta gente se puso a soñar con nosotros. No sé si ya lo habrán notado, pero el sueño es contagioso. De repente el entusiasmo se expande, y los que te rodean portan la fantasía junto a vos. Eso ayuda, ayuda a seguir, ayuda a insistir, ayudar a creer. Y además empuja: porque, cuando todo está listo y zarpamos, desde el muelle nos saludan y nos sonríen y nos tocan la bocina, y sabemos que un pedacito de todos ellos se subió al barco nuestro, que todos están ansiosos por que lo logremos, por que realizamos esa locura, sabemos que la mejor manera de agradecerlos es llevar muy lejos a ese piloto de viento hecho por todas esas manos y esas charlas, llevarlo allá, a las tierras africanas. Y eso, da mucho valor, cuando las cosas se hacen difíciles, cuando el cansancio o el miedo apuntan la nariz: alcanza con recordar a los marineros cuyos sueños portamos para seguir hacia adelante.

( ver link video piloto de viento)

Vencer los miedos para construir su camino: via la libertad.

Hablando del miedo, me dijeron hace poco que yo no conocía el miedo, y que por eso era valiente. No creo que así sea. Creo que uno es valiente cuando conoce el miedo, pero no deja que este lo paralice.

Sentí varias veces miedo, en mi vida. Quizás no tanto como otros, es cierto, y es cierto que al acostumbrarme a estar en permanencia frente a lo desconocido me ha curado bastante del miedo.

Porque le tenemos miedo a lo que no conocemos. Por eso es importante aprender, siempre, leer, instruirse pero sobre todo ir a descubrir lo que nos da miedo, acariciar al monstruo hasta que nos parezca familiar, hasta que podamos mirar hacia atrás y reírnos del miedo que nos daba.

Nuestro mayor enemigo a la libertad, es el miedo. O sea, el mayor enemigo a nuestra libertad de pensar y de acción, somos nosotros mismos. Porque el miedo es nuestro, construido en nosotros, fortalecido en nosotros , alimentado por nosotros. El miedo a no saber cómo saldrá, a no tener garantías, seguridades, el miedo a fracasar. Y a veces fracasamos, pero incluso ahí, cuando fracasamos, le perdemos el miedo al fracaso: acaso esa palabra existe? Esta hecha por una sociedad que prima el éxito, pero que ya tiene los concepto s muy equivocados. ¿Qué significa el éxito? Ser reconocido por una sociedad que está enferma y tiene valores totalmente enfermizos? Acaso, equivocarse y fracasar y probar d enuevo no es un éxito en sí? Acaso se puede aprender a hablar sin balbucear y  acaminar sin caerse? Acaso no se puede lograr algo que es muy valioso para uno sin que nadie alrededor le de valor? Les voy a decir un secreto: no hay nada, nada más sabroso que proponerse algo, casi sumamente imposible, y lograrlo, aunque sea a medias. En el momento en que uno empieza a pisar el camino que tanto miedo nos da, con un vértigo infinito y la panza encogida, en ese momento un sabor particular empieza a invadir nuestro cuerpo. Es el sabor a libertad, y para ese sabor vale la pena caer mil veces y aprender de las caídas, y seguir bailando con la vida.

Creta: última tierra europea antes del comienzo de una nueva aventura.

Después de un mes de intercambios de charlas y cenas y trabajos comunes, zarpamos, dejamos a Pylos atrás, con toda la alegría y la pena que dan esas partidas. Navegamos con un buen viento, y el piloto de viento, que construimos con toda esta linda gente, funcionó de maravilla.  Hicimos 150 millas y llegamos a Creta, a Chania, última parada antes de dejar a Europa para África. El tiempo nos corría un poco: el Océano Índico tiene sus tiempos, y no teníamos que tardar en llegar a él para poder navegarlo con las corrientes y vientos del Noreste.
Todavía teníamos que hacer los cambios de aceite del motor, cambiar los tubos de agua del tanque, arreglar la cocina agas que se había roto, todas cosas que nunca habíamos hecho antes. Fueron días de intenso trabajo en el barco. Sabemos que nuestro barco está equipado de manera bastante rústica. Pero que lo más importante para llevar esto adelante no es el mejor equipo, el mejor barco, la mejor jarcia, sino las ganas, la valentía, la capacidad de soñarlo.

500 millas de navegación, la más larga hasta ahora, de Grecia a Egypto.

Hemos hecho 500 millas, de Creta a Egypto. 500 millas para personas que navegan desde hace solo unos meses, es mucho. El primer día vinieron las delfines a saludarnos, de lejos nos avistaron y se vinieron al barco, a jugar con él, y sentí que era un regalo del mar, un saludo, un deseo de buena suerte. Las primeras 300 millas el viento era portante y constante, nuestro piloto de viento funcionaba bien, y el mar estaba relativamente calmo. Luego, empezaron todo un baile de tormentas, que nos dejaban en permanencia o sin viento o con vientos cambiantes, cortos, caprichosos y débiles. Nuestro piloto de viento en esas condiciones no podía funcionar, y nuestro piloto eléctrico se rompió. Eso significó estar a la barra, día y noche, bajo lluvias constantes y fuertes. Fue muy cansado, pero no perdimos nuestro sur… y después de una semana de puro mar, llegamos a Port Said.
Si, ya sé, si les muestro fotos me dirán que no es “bonito”. Esos inmensos cargos esperando para pasar el famoso canal de Suez, el mar marrón y maoliento, el aire turbio lleno de la arena del Saharo, el puerto con sus edificios rotos y sus inmensas grúas, las veredas rotas, el caos. Y sin embargo, les tengo que decir que yo le encuentro su belleza. En realidad, me encantan esos espacios. Las miradas francas a los ojos, las sonrisas anchas, los olores contradicotrios y mexlados, la vida como va surgiendo.

Llegamos a Port Said, e hicimos los trámites necesarios para pasar por el canal de Suez. Es muy costoso, pasar por aquí, y realmente sentimos agradecimientos a todos ustedes que nos dan soporte económico para que podamos seguir.

El canal de Suez.

Será que el mundo que uno ve depende de la cara que uno le ponga? Que si se acerca al otro con la sonrisa y con interés, desde la empatía y lejos de los prejuicios, el otro  se abre de una manera distinta? Recuerdo seguido esa frase del poeta griego Kavafis “ Ni a los lestrigones ni a los cíclopes/ ni al salvaje Poseidon encontrarás/ si no los levas dentro de tu alma/ si no los yergue tu alma frente a ti” . .. Sabíamos para que cruzar el canal de Suez habría muchos gastos, y que se subiría a bordo un piloto. Nos habían dicho y habíamos leído, que el piloto era una persona que no servía absolutamente para nada, que se quedaba sentado sin hacer nada, que pedía propinas o “bagshish” importantes, que  era el “malboro chanel” ya que había que regalar cajas enteras de cigarrillos y distribuir billetes. Parecía un tema de tensión entre los navegantes. Cómo hacer para que ese inputil estafador no te plume? No escuchamos mucho todo eso, y ya que no fumamos, claro está , no compramos cigarrillos. Para mí subía a bordo una persona cuyo trabajo era ese, y que era local y seguro nos podía enseñar un montón. Para mí, venía a mi casa a pasar todo el día una persona, y pensaba recibirlo en mi casa como siempre me han recibido a mí en las casas: con ganas de compartir, de contar y de escuchar, de tomar juntos un mate o un café, de comer juntos claro está. La cruzada del canal fueron dos días. EN el primero, se subió Bari, que no tardó 10 minutos en aflojar la cara seria. Charlamos mucho, reímos bastante, Mael le hizo todos los trucoss de magia que conocía y al final del día él nos dio su teléfono diciéndonos que si volvíamos a Port Said lo llamaramos para ir a su casa y conocer la familia. En cuanto a navegar cerca de los gigantes: fue cansador pero no tan difícil, quedándonos siempre bien a la derecha.

En el segundo día se subió Ali, que casi no hablaba inglés. Un hombre serio, y callado, cuya cara me recordaba un buen amigo. Encontramos el translator para empezar a comunicarnos, un poquito al menos. En el lago amargo Mael sacó un bar de 3 kilos, y ahí Ali se entusiasmó: “soy chef”, me dijo, déjame cocinarlo a mí. Se instaló abajo, y nos pusimos a sus ordenes. Fue mostrándome y enseñándome a cocinar el pescado a modo Egipto, radiante y orgulloso, y hay que decir que le salió absolutamente exquisito. En cuanto a la navegación, la única dificultad que se sumó fue que empezó a entrar corriente en contra, y el barco iba más lento.

Tanto Baru com Ali me parecieron entrañables, se subieron a mi casa y me hicieron viajar un rato, a ambos los despedimos con sonrisas y cariños.

Llegamos de noche a Port Suez. El amarre rústico, pero una recibida cálida. Mostafa, el hombre de la agencia que nos arregló el paso por el canal, nos esperaba y nos ayudó con el trámite de los documentos. Me llevó en auto a la ciudad ya que necesitaba comprar algo, me invitó a cenar la comida típica y nos regaló una caja de dulces locales. Me dijo que no vayamos en bus local al Cairo, que había mucha gente que no hablaba in gles, que había mucha gente que nunca habbia visto un extranjero, que era incomodo y peligroso: le explique que nos cruzamos America caminando y Europa y Asia en bicicleta, que no me asustaba que la gente no hable mi idioma  o nunca haya visto un extranjero, y que iríamos en bus… En la cena, Mostafa me confió que él quería ser mago, que intentaba aprender en youtube… lo invité a bordo, y mi hijo le hizo los trucos de magia. Mostafa le pidió que sea su profesor.

Ir al Cairo

Salimos al Cairo muy temprano, con el bus local. El plan para el día era caminar por la ciudad hasta encontrar unos repuestos y herramientas necesarias para seguir la navegación y  una persona que pueda reparar nuestro piloto automático. Ese piloto, con poco viento es esencial, nos permite descansar de estar a la barra. Vagabundear por una ciudad es la mejor manera de conocerla, sentirla, cambiar de barrios, de ambientes, recorrer calles y avenidas, meterse en los lugares que parecen extraños o distintos. Caminábamos muchos kilómetros por el Cairo, y en nuestro andar  fuimos encontrando absolutamente todo lo que andábamos buscando. En un edificio algo abandonado, un hombre con un minúsculo local parecía estar reparando una patineta eléctrica. “Creo que este es mi hombre”, me dijo Diego. Efectivamente, en minutos entendió el problema, y un rato después teníamos a nuestro piloto. Cuando cayó la noche acabábamos de conseguir un inversor, cosa importante para poder conectar la computadora a bordo, o cargar las baterías de las cámaras. El nuestro estaba roto. Atardeció sobre el imponente Nilo, y nosotros nos fuimos hacia Ghiza, para descubrir a las pirámides al día siguiente. Las palabras sobran, claro, para hablar de ese encuentro con ese monumento, que sueño desde que soy pequeña. Lo que nunca soñé es que me trajera el viento. Y hacerlo con mis hijos, que estudiaron la antigua egipta desde hace unas semanas y se encuentran de repente inmerso en ese lugar. Dejo imágenes, hablan por sí.

¿Ser cuerdo en un mundo loco, o ser loco en un mundo cuerdo?

Ahora estamos a punto de hacer una locura. Qué significa locura? Locura es lo que sale de los parámetros de “normalidad” instaurados por una sociedad. Parámetros que pueden cambiar, de una sociedad a otra. Cuando miro a los que ponen las normas, y cuando miro más atentamente esas normas, me parece que si me dicen de loca a mi, es un complimento. La normalidad de hoy en día es demasiado loca como para poder seguirla. La normalidad siempre fue una locura, de hecho. Hoy, estamos a punto de lanzarnos a una ruta marítima difícil, larga, después de solo medio año navegando. Nos iremos por el mar rojo, y el Océano Indico. Nos vamos a las islas Seychelles. Sabemos que significan muchísimas horas sin descanso, sabemos que significa muchísimas horas entre grandes buques, sabemos que puede haber piratas y peligros humanos, sabemos que el pasaje de Abed Mangeb y el golfo de Adan tendrán probablemente vientos contrarios y violentos, sabemos que un océano es un océano, con sus vientos y con sus olas.

Les digo la verdad: miro la ruta y estoy muerta de miedo: hacía mucho que no sentía un miedo tan fuerte. Eso me da aun más fuerzas para proseguir: sentir ese miedo es en sí una razón para hacerlo, y matarlo y no sentirlo nunca más. Y sé que cuando empezemos a navegar por esos mares , junto al miedo se ira juntando otro jarabe, exquisito, escaso: es el sabor a libertad, porque la libertad de cada uno consiste tal vez en eso , en vencer las paredes invisbles de nuestros miedos internos.

Portar los sueños.

Porto en mí a todos los que creyeron en nosotros y soñaron con nosotros. A todos los que nos ayudaron, con palabras alentadoras o con gestos precisos. A los que nos ensañaron algo del mar. Eso me da valor. Y Espero compartirles muchas imágenes de aquellas tierras, y de aquellos mares, muchas palabras sobre aquellas aventuras.

Hemos trabajado duro para poder tener el barco listo, y entre las navegaciones, las filmaciones y escritos, la escuela de los niños, el tiempo vuela a pesar de lo generoso que es en el mar…

Vamos a necesitar mucho apoyo en estos próximos dos meses. Ojalá nos apoyen y asi podamos seguir compartiendo con ustedes.

 

Con amor, Anna.

bottom of page