La entrada a Ixil se hizo por la colorida Chichicastenango, en la que nos alojaron unos bomberos. Allí, todo parecía una alegre mezcla del mundo maya con el cristiano, un sincretismo casi exótico. Después de varias semanas en Chichicastenango, colaborando con un canal de televisión y una escuela, Llegamos a los montes y los pueblos que formaron hace un tiempo un triangulo sobre un mapa militar. Llegamos allí un poco por casualidad, un poco por seguir unas huellas, o una voz. Fuimos a la posada donde trabajaba Adam, gran espacio sobre el monte, hecho para recibir a los "ladinos" , los "blancos" de la capital, dueños del café. Adam nos invitó a quedarnos, nos hizo descubrir los cafetales, su familia, su gente. Nos fue contando con prudencia primero y luego con una desgarradora sinceridad, la dictadura y el genociodio indígena que sucedió en aquel triangulo que algunos habían decidido erradicar del mapa y del que él fue víctima, él y tantos más. Casi podríamos decir, todos los que tenían la edad para haberlo vivido. A pesar de todos los empecinados esfuerzos de la dictadura y de los abusos constantes de los grandes empresarios, los pueblos del triangulo de ixil, su gente y su costumbre, siguen vibrando y recordando.
























